martes, 27 de abril de 2010

Sobre la identidad hispánica y la influencia árabe-islámica

A diferencia de lo que siguen creyendo muchos la influencia racial árabe en España fue escasa; la creencia errónea sobre esa supuesta influencia viene, como en muchos otros casos, de confundir religión y cultura con raza. Un esclarecedor texto que demuestra la escasa influencia racial que aportaron los musulmanes al conjunto de la "Raza Hispana":

Extractos seleccionados de la obra de Máximo Vergara “La Unidad de la Raza Hispana” –Madrid, EDITORIAL REUS (S.A.)- en las que se rechaza la influencia racial del elemento semítico aportado por los musulmanes.

Llegamos a la fatídica fecha de 711 de nuestra Era. Bajo el cetro de los visigodos, y después de publicado el Fuero Juzgo y sometidos lo suevos, una misma ley regía y gobernaba a todos los españoles. Muchos siglos antes que Francia, España había logrado fundar un solo Estado, en el que se encerraban de verdad todos los españoles; la unidad política y geográfica coincidía con la unidad moral y étnica de nuestro pueblo. La invasión musulmana fue el peor de los retrocesos para España, que aún hoy tiene que lamentar sus consecuencias. Ese hecho histórico tiene, como todos los trascendentales, sus derivaciones buenas y malas; pero indudablemente preponderan en él los daños y perjuicios. Los musulmanes no trajeron cultura nueva alguna por sí mismos. Se limitaron a reflejar malamente la que de otros pueblos recibieran. En España se ha hecho panegírico de su cultura y de los que nuestro país les debía en lo espiritual; a nuestro juicio, de un modo bien equivocado.



Si como raza no fueron nunca un pueblo, puesto, que salidos de la Arabia, sus contingentes de llegada a nosotros no venían representados por el elemento árabe sino en escasa proporción; espiritualmente no representaron una cultura ni una civilización. Hijos del Corán, que es un conjunto de muy pocas máximas de valor moral importante, con una inmensa mayor parte de malos, incongruentes y contrapuestos principios, donde lo único de positivo mérito es la alabanza del Dios único e incompatible con la naturaleza humana; pero a quien, en cambio, se le atribuyen la venganza, la irritación, etc., etc., y cuyos preceptos, en general, suponen una metafísica muy deficiente, una regresión del progreso y un forzoso estancamiento, donde se establezca la lucha, la pugna de opiniones en los países por él dominados; no podía menos de influir deplorablemente sobre la tierra donde acababa de poner sus garras. Es cierto que de entre los musulmanes salieron Averroes y otros insignes varones que se distinguieron en las ciencias y en las artes. Es cierto que entre algunas de las regiones por ellos dominadas ( las que, naturalmente se prestaban a ello) se hicieron obras de regadío y se legisló sobre la materia de riegos sabiamente, pero no olvidemos que estuvieron aquí ochocientos años, al final de los cuales la cultura cristiano-peninsular era muy superior a la que ellos conservaron. ¿Están bien seguros sus apologistas de que de continuar unificada España bajo la égida visigótica, en la que, mejor y antes fundido el bloque espiritual español, no hubiera adelantado de siglos la civilización hispánica? Nosotros creemos que el destino del adelanto de la navegación ibérica tenía señalado su puesto en la Historia, porque cada pueblo tiene su madurez de civilización y de potencia, madurez que unos saben conservar mucho más largo tiempo que otros.



Durante esos ochocientos años en que España pudo estar unificada nos es permitido creer que hubiera dado un número de Averroes mucho mayor, con una influencia literaria y poético-oriental más reducida. Es probable que el mundo entero haya sufrido el retraso de doscientos años en civilización, a consecuencia de que la raza hispánica retrasó su especialización de navegantes tal vez en ese tiempo, y, subsiguientemente, toda la ciencia mundial sufrió la consecuencia retardatriz que más influir pudo sobre la explosión del progreso del siglo XVIII, verdadero engendrador de las maravillas presenciadas por la humanidad de los siglos XIX y XX.



Los musulmanes tampoco nos trajeron sangre nueva en cantidad capaz de modificar la solera nacional de la raza; pero nos llenaron de prejuicios morales, de pereza mental, de los muchos flacos espirituales de que su conciencia colectiva está plagada, si su nefasto influjo espiritual no se hizo mayor, fue debido a que, pese a su larga permanencia en España, su caudal de sangre no fue grande, como demostraremos a continuación, y también a que del choque de influencias culturales entre musulmanes y cristianos, no llevaron ellos la decisiva.



Los musulmanes que pasaron el Estrecho con las primeras expediciones conquistadoras de la Península, a pesar de ser las más numerosas y casi únicas, hasta las sucesivas invasiones de Almorávides y Almohades, fueron, probablemente, escasas en cantidad. Quizás todos los musulmanes puestos en línea de batalla para derrotar a los visigodos, fuera en el Guadalete u otro encuentro, no llegaron a veinte mil hombres; pues, en efecto, para pasar ese número de hombres el Estrecho, aun en muchos viajes de ida y vuelta, dada la capacidad de los barcos de aquella época, se hubiera requerido la larga reunión de elementos, extraños en general, a los que se usaban de continuo, y el paso sucesivo en pequeñas partidas con los elementos corrientes, era sumamente expuesto a un fracaso.



No se tienen referencias, lo suficientemente exactas, respecto a la calidad y cantidad del material flotante con que Tarik y Muza hicieron los transportes de tropas del Estrecho, para pasar con su núcleo principal a España, que, como es consiguiente, serían en mucho tiempo del siglo VIII, los más importantes transportes por él; pero si se tiene en cuenta que los normandos fueron un pueblo mucho más navegante y constructor de un material naval por todos conceptos muy superior al árabe, sobre todo para la fecha de 1066, en que Guillermo de Normandía, el Conquistador de Inglaterra, preparó su gran expedición, que terminó en la famosa batalla de Hastings, y para la que pudo reunir 400 bajeles de vela y otros numerosos de remo, con los que transportó 60.000 hombres en varias expediciones o viajes; esfuerzo inmenso sólo posible en la XI centuria para un pueblo como el normando francés, eminentemente marítimo y civilizado, poseedor de riquezas maderables, artífices, hombres de mar y toda la serie de recursos necesaria para dar cima a tal transporte; por él comprenderemos lo difícil que es dar crédito a otros historiadores que nos refieren, en épocas más atrasadas de la Historia, el transporte de parecidos contingentes con un material naval evidentemente muy inferior, y del que no pueden hacerse alabanzas ni juzgando por las pretendidas dimensiones, puesto que el adelanto naval de la época respectiva permite comparar las condiciones de conjunto que hubieran necesitado reunir, y que no reunían, ni con mucho, en la VII centuria y anteriores.



Una vez obtenido el triunfo inicial, los rápidos progresos de los sarracenos se explican, porque legados con un espíritu tolerante para las costumbres y religión de los invadidos, a quienes sorprendieron antes de consolidar la completa soldadura moral, la unificación de religión y derechos decretada por los visigodos, pero todavía no sellada por el tiempo, que es quien solamente puede imponer las costumbres y religión de los invadidos, a quienes sorprendieron antes de consolidar la completa soldadura moral, la unificación de religión y derechos decretada por los visigodos, pero todavía no sellada por el tiempo, que es quien solamente puede imponer las costumbres; se ofreció a los habitantes peninsulares la facilidad de acogerse a un código como el Corán, que ampara la licencia de la poligamia, y facilita el divorcio sin cargar con las consecuencias económicas del moderno divorcio europeo; y claro está que la elección no era dudosa. Si hubo contingentes numerosos que prefirieron no abjurar y seguir la ley de sus mayores, bien refugiándose en Asturias, y, en general, en el Pirineo, los hubo también menos celosos que, sin ceder en sus creencias, aceptaron la servidumbre. Pero también los hubo, y a no dudar, numerosísimos, que, antes o después de los primeros momentos, optaron por la nueva ley que les brindaba las ventajas del bienestar completo social, al par de una religión más cómoda. Este fenómeno no es solamente observable en la rápida propagación del islamismo español, pues que tuvo igual carácter cuando la invasión turca de Tracia y las provincias del Occidente Balcánico, donde aún perduran las familias musulmanas de origen rumano, eslavo, etc., etc.



Sólo así se explica el progreso islámico peninsular, cuando el Estrecho hubiera sido barrera que impidiese, casi en absoluto para entonces, el franquear a un nuevo pueblo la entrada.



Supongamos que con Tarik, Muza, y hasta el primer Emir independiente en 753, entre las primeras y sucesivas expediciones (que está casi probado que no las hubo de cuantía importante), entrasen en España sobre 250.000 hombres; y bien, ¿qué significaba esto para el cambio étnico de la raza hispana?



Es de advertir que, después de esas primeras expediciones, que nosotros nos inclinamos a creer no muy numerosas ni importantes, el nuevo estado de cosas islámico-peninsular ejerció en el Estrecho una vigilancia para su paso, no sólo para evitar otro derroque político, sino también por la luchas del sectarismo religioso, que no podría menos de coartar la entrada.



La España, más que invadida por los mahometanos, fue islamizada. Es cierto que el portillo quedó abierto para el paso; pero ese paso del Estrecho fue siempre restringido en cuantía que no pudo alterar nunca nuestra raza. Para los entrados en los siglos X con los bereberes, que molestaron al Califato, y XI y XII, cuando los Almorávides y Almohades volvieron a atravesarlo en contingentes extraordinarios, mas nunca superiores a pasar de decenas de miles; las intestinas discordias muslímicas y la batalla de Las Navas de Tolosa, se encargaron de procurar el regreso a la mayor parte de los recién llegados, que tampoco es posible evaluar tras de la fantasía de los escritores musulmanes.



No es lo mismo, por lo tanto, hablar de la raza conquistadora y dominadora, corta en número, entrados, como realmente extraños, en 711 y en otros contados instantes de la reconquista, que de los mahometanos españoles, que formaron después el islamismo español. Estos últimos, llamados genéricamente moros, eran los hijos del cruce de los escasos conquistadores primitivos, y aun de los más escasos llegados por partidas sueltas más tarde, con las mujeres españolas, que aquí tomaron, los que, a su vez, se fundieron con los descendientes de las familias españolas de pura sangre, que optaron, antes o después, por el islamismo, y que, como es consiguiente, representarían el mayor número. ¿Qué tenían, por lo tanto, de árabe o de bereberes, los moros españoles del siglo XV?



Si se considera que, ya cuando las conquistas de Córdoba, Sevilla y Cádiz, en tiempos de San Fernando y Alonso X, muchos moros prefirieron marchar de España; que otro tanto ocurrió con la conquista de Baleares, Valencia y Murcia, y que si bien Granada fomentó la retención de los moros en su reino, y hasta llamó a sí, varias veces, contingentes de África; la caída definitiva de Granada en 1492 obligó al éxodo de no pocos hacia el África, y, posteriormente, la expulsión de los moriscos dio un golpe definitivo a la razón de ser de un elemento bereber peninsular. Podremos preguntarnos actualmente, ¿qué quedará de aquella semilla entre nosotros? No es que no reconozcamos que, al través de la lucha de creencias religiosas, al través de la lucha política de la reconquista, no se celebrasen uniones entre unos y otros elementos; pero si se tiene en cuenta que el cruce se llevaba a cabo, no con representantes puros de otra raza, sino con mixtificados en cuy ascendencia de treinta abuelos, cuatro o seis eran bereberes o árabes, los demás, españoles de pura ley, se verá claro que lo que se llamaba moro no era apenas representación de nada extraño; y si de lo que quedó como más recalcitrante y, tal vez más puro, hubo de emigrar el núcleo en varias ocasiones, comprenderás, lector, nuestro derecho a suponer que, como caudal de sangre, continuamos siendo lo que fuimos, sin que pueda llamarse, a lo introducido, diferencia.



Otro muy diferente cosa es el aspecto espiritual del problema.



El islamismo, no sólo nos dejó la pereza mental, sino el santurrerismo y otros defectos espirituales.



Si como intermediarios entre un oriente más elevado en el progreso, y nuestro occidente más atrasado hicieron llegar hasta nosotros la brújula, los números llamados arábicos, puesto que no está bien probado que fueran sus inventarios, y el Álgebra, entre otras muchas cosas; en cambio nos restaron energías que hubimos de emplear en combatir durante ocho siglos a los representantes de un estado social cómodo para el hombre, como es cómoda para él siempre la adopción de la ley del más fuerte como varón, pero sin apego a un ideal justiciero, equitativo, humano, con la acepción moderna de esta última palabra.



Nos retrasamos al gastar nuestras energías, en alcanzar el mayor nivel intelectual que probablemente hubiéramos alcanzado, de haber podido antes desenvolver nuestra marina mediterránea poniéndonos directamente en comunicación con el oriente mediterráneo, y preparando a nuestra marina cantábrica y atlántica en condiciones de desempeñar su trascendental misión, dos siglos antes.



No pararon ahí nuestros males, rota nuestra unidad política en muchos pedazos, todavía luchamos los españoles por reedificar lo que fue nuestra antigua casa grande.



No han de faltar, Dios mediante, ilustres plumas, mucho mejor cortadas que la nuestra, que desde todos los ámbitos peninsulares, desde todo el solar español, batallen por la idea grande. Nosotros los conjuramos en el supremo instante en que creemos rendir a la Patria el máximum del esfuerzo que nos sea dable ofrecer, aunque éste en sí valga poco.

Luchar con la razón, por restituir el concepto real de la extensión que ocupa la raza española, sea catalana, aragonesa, valenciana, murciana, castellana, andaluza, extremeña, navarra o vasca, astúrica-gallega o portuguesa, en su unidad de sangre absoluta.



Es fácil conocer hoy, porque así se deduce de las aseveraciones de los grandes números, que entre los distintos índices antropológicos de las razas, estatura, peso, soma, color de la piel, del cabello o de los ojos, magnitudes de la cabeza con relación al tronco, y el índice cefálico, no hay ninguno tan persistente como el último. Una raza pierde muy pronto relativamente las características de talla y soma. Aun el color de la piel, pelo y ojos (iris), cuando se somete a ambiente y costumbres distintas durante largo lapso de tiempo, como consecuencia del país, con latitud, clima, altitud y producciones diferentes, varían. No obstante estos cambios, suele perdurar en la raza el índice cefálico, con persistencia hasta ahora no bien creída, después del transcurso de muchos siglos.



Así, pues, las razas de cabeza larga con relación al ancho (dolicocéfalos), como las de cabeza ancha con relación al largo (braquicéfalos), persisten con su índice en cambios de clima, latitudes, altitudes y costumbres de mucho tiempo diferente.



Hoy sabemos, por ejemplo, que los antiguos griegos eran dolicocéfalos (con índice de 75,5), mientras los modernos son casi braquicéfalos (con índice de 83 o más), debido a que aquellos se gastaron en las guerras exteriores, donde servían como soldados, mientras su tierra era después invadida por razas procedentes de los Balcanes y de Asia menor, cuyas razas poseían otro índice más cercano al actual de la población de Grecia.



Sabemos también que la raza paleolítica Neandertalensis, tenía un índice medio de 72, sin que esto prejuzgue nada a favor ni encontrar de su morfología relativa al progreso, desde el momento en que, entre los antropoides, los hay dolicocéfalos, como el chimpancé, y braquicéfalos, como el orangután. Pero conocemos el índice medio del Neandertalensis, como conocemos el del Cro-Magnon, muy poco menos dolicocéfalo que aquél. Conocemos también los cráneos semi-braquicéfalos, de vascos y celtas, hallados en sepulturas prehistóricas, tanto de la edad neolítica, como de los metales, así como la de sus contemporáneos de aquellas provincias españolas que figuran como ibéricas en raza (generalmente del Oriente peninsular), con índices 73,5, término medio (en esqueleto).



A su vez, conocemos los índices de los descubrimientos paleontológicos del Norte de Marruecos, Argelia y aun Egipto; que nos dan índices dolicocéfalos bajos 72, de acuerdo con la raza que puebla ahora en vivo toda la costa Norte de África, así como la de Arabia, cuyo índice es también de 74, en la media.



Si tenemos en cuenta que el índice medio cefálico de la raza hispánica actual es cercano a 78, cuya media la mantiene la inmensa mayor parte de España, tanto en extensión superficial de nuestro suelo, como en población absoluta, según se ha podido demostrar por trabajos variados de los Sres. Oloriz, Aranzadi, Hoyos, y, sobre todo, el del Sr. D. Luis Sánchez Fernández, en estadística tomada de trabajos realizados por el Cuerpo de Sanidad Militar, en el cupo de filas de varios reemplazos de soldados, sobre más de 115.000 hombres, cuyo trabajo corrobora el de otros insignes antropólogos españoles; se comprenderá a primera vista que, entre las razas que pueblan el Norte de África, así como las de Arabia, y la de España, hay cuatro enteros de diferencia en el término medio del índice cefálico actual (en vivo), que indudablemente, quieren decir algo acerca de la diferenciación, y comprueban plenamente que la influencias altaicas y centroeuropeas llegadas a España con las razas vasca y céltica, que nunca alcanzaron a Norte-África, puesto que allí no dejó huella de braquicefalia en su índice, desde una respetabilísima antigüedad de antepasados anteriores a la historia de Mauritania; marcaron la diferenciación del término medio del índice cefálico de los españoles con relación a las razas norteafricanas, puesto que las regiones hispánicas que conservan el rastro braquicéfalo más puro, lo tienen desde luego más elevado, y aun en las pocas provincias de media mínima (76), lo tienen dos enteros superior a las del Africa del Norte.



Así encontramos con que, no obstante las invasiones del Sur, de fenicios, griegos, cartagineses y musulmanes, que tanto han influido durante la historia en Levante, la antigua Tartesia, y luego Bética y Andalus, no obstante pertenecer todos esos pueblos como árabe-asirios y bereberes a razas eminentemente dolicocéfalas de índice 74 en vivo, los actuales habitantes de las provincias de Cádiz, Sevilla, Huelva, Córdoba, Granada y Málaga, tienen índices que alcanzan o sobrepasan la media de 78, que es, relativamente, un índice braquicéfalo para la Península, el cual se diferencia en cuatro o más enteros de las razas Norte-africanas o arábigo-asirias, como demostración de la escasa influencia que ejerció la sangre sarracena durante su larga estancia en el Sur de España, a pesar de que otras regiones españolas más septentrionales, que se hallaron bajo el dominio musulmán bastante menos tiempo, se encuentran hoy pobladas por habitantes cuyo índice cefálico medio es más dolicocéfalo, León 76, Soria 75,8, Teruel 76, etc..., circunstancia que no puede ser debida a que esas regiones fueran elegidas para residir por los invasores musulmanes procedentes del Sur, con preferencia a la rica Bética, que, como es natural, sería la más codiciada, sino que esas diferencias deben de achacarse a que, más remotamente, estas últimas provincias, constituyeran en la prehistoria, territorio menos accesible, aunque influenciado, a las invasiones braquicéfalas vasca y céltica, procedentes de Europa (Francia), en España; y que prueban en la modificación de la raza pueden tener las invasiones históricas. De acuerdo con lo que hemos razonado y comparado al hablar del período prehistórico e histórico.



Para darse cuenta del grado de fusión de sangre que alcanzó en nuestra España la mezcla de los antiguos invasores prehistóricos de diferentes procedencias, la inmensa mayor parte por el Norte (Pirineos), basta ver que, aun los habitantes de aquellas regiones que presentan una defensa orográfica más eficaz y en las que ha persistido el tipo probablemente más puro (Cro-magnon o su descendencia), como en Soria y Teruel, no obstante ser las más dolicocéfalas, mantienen índices de 76, próximamente, dos enteros más altos que los de la raza árabe o bereber, en sus términos medios, mientras que el territorio de aquellas otras que se presentan con la mayor braquicefalia española Santander y Oviedo, apenas si tienen medias que sobrepasen la cifra 79,5, con lo que resulta que las medias más discrepantes sólo se diferencian en 3,5 enteros, en vez de dar, como en Francia y otros países, diferencias de medias superiores a once enteros.



Se saca la consecuencia de que toda España forma un verdadero mosaico, donde se han entremezclado los caracteres de las razas prehistóricas, guardando fielmente en el transcurso de lo siglos las pequeñas diferencias, entre sí, del índice cefálico, que, sin coincidir con las agrupaciones históricas de región o partes político-históricas de nuestra nacionalidad, nos hablan de agrupaciones de razas distintas, dentro de nuestra gran homogeneidad étnica; de manera, que, al par de las pequeñas diferencias entre sí, pero que borran todo falso fundamento de separación por variedad de razas para las pretendidas regiones históricas; a la vez, decimos, hacen resaltar elocuentemente la diferencia considerable del todo nacional español, tanto de lo que nos separa más allá del Pirineo, como del otro lado del Estrecho de Gibraltar (Francia, en general, bastante superior a 80. El Norte de África, inferior a 75).



Borra también, toda idea de descendencia preferentemente de la raza hispana respecto a los asirio-árabes y bereberes de la conquista musulmana, y aún de las más antiguos, cartaginesa o fenicia. Multitud de historiadores han supuesto trascendental la influencia de estas razas, sobre todo, en el Sur hispano. Hemos combatido con razones históricas esas pretendidas influencias; pero ahora con la ayuda que nos suministra el índice cefálico, viene a tierra la pretensión de que tanto la antigua Tartesia, como los relativamente recientes reinos árabes andaluces, hayan sido tierras donde la semilla asiria o arábico-bereber, dejaran hondas raíces étnicas. A pesar de lo que en esas tierras perduró la civilización respectiva, que allí lo único que se conserva enérgicamente es la ascendencia eúscara quizás, y más positivamente la céltica, distanciadas cefálicamente en nuestra Península, lo mismo entre la apenas invadidas tierras de Santander y Vizcaya por las gentes islámicas, que entre el fondo de la masa andaluza tan arabizada en costumbres, en cuatro enteros redondos en las medidas de sus índices, respecto a las razas del Norte de África y de la Arabia.



Por otro lado es bien sabido que entre las razas árabes, asirias y bereberes, son muy raros los rubios, y quizás más raro todavía el color azul del iris, ni aún siquiera el color castaño del cabello o del iris es frecuente, puesto que lo que abunda entre ellos es el negro en el cabello y en el iris. Podríamos añadir, que otro tanto ocurre, aunque más atenuado en el Sur de Italia.



Véase ahora cuales son las provincias españolas, donde el color rubio del pelo se encuentra alrededor del 20 por 100, o el castaño pasa también del 60 por 100; cifras que suelen coincidir, con coloraciones de pelo negro que se aproximan al 20 por 100, y con iris negro generalmente inferior al 10 por 100, por orden de mayor a menor: Zaragoza, Navarra, Baleares, Santander, Teruel, Tarragona, Coruña, Cádiz, Córdoba, Jaén, Almería etcétera.



Es decir, que las provincias que figuran como más dolicocéfalas (iberos), tienen un tanto por ciento de rubios, con los ojos azules, de entre los mayores términos medios peninsulares. Que esos rubios, tampoco faltan entre los mejores tantos por cientos, ni entre los nórdicos celtas españoles, ni entre los relativamente braquicéfalos del Sur de las provincias andaluzas. De modo que, a pesar de que la fuerza del sol en España (central y meridional), puede decirse que sea de las mayores de Europa, durante todo el período geológico moderno (Holoceno), no han podido su acción desterrar de la raza, y aún conserva trazas de la ascendencia rubia Cro-magnon en tantos por ciento importantísimos para toda la raza hispana, dominando ese mayor tanto por ciento, quizás entre las provincias más dolicocéfalas, así como el castaño, en general, sobre todo, en las braquicéfalas-célticas, circunstancia, que, ciertamente, no pueden imputarse a la ascendencia fenicia, asiria, árabe o bereber.


Gentileza del camarada visigodo, célebre por sus aportes antropológicos en la Red.

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